Los potentes saques de banda de Abadía
Recuerdo a Abadía en el viejo campo de Las Gaunas cuando aún jugaba en el Binéfar, antes de fichar por el CD Logroñés en verano de 1985. Fue el 17 de diciembre de 1983 en partido de Liga (2-1) y el 16 de junio de 1984 en la Copa de la Liga (1-1). La verdad es que no pasaba desapercibido. Es difícil olvidar sus potentes saques de banda, pues colgaba el balón al área como si fuera un córner.
“Por aquel entonces había muy poca gente que sacara tan fuerte”, me cuenta, “y pillaba a todos por sorpresa. En El Segalar (el antiguo campo de Binéfar) era tremendo, porque teníamos una jugada ensayada para que rematara Armando. Pero era un golpe de riñón”, dice como queriéndose quitar importancia. “Yo de brazos era muy flojo. Lo que más he odiado en el fútbol ha sido hacer abdominales y brazos”.
Al margen de aquellos largos saques de banda que prácticamente ponían la pelota en la cabeza de los delanteros, Abadía no podía pasar inadvertido en Las Gaunas de ningún modo: la frente despejada, el bigote poblado, la camiseta por fuera, las medias caídas, el regate de la bicicleta para engañar al contrario y una peculiar forma de correr, “que parecía que me iba a caer en cualquier momento”.
“No era como la gente quería verme”, continúa en tono serio. “Siempre he sido un jugador de ataque. Muy creativo y tremendamente ofensivo. No era habilidoso, pero sí bastante técnico”. El 5 de julio de 1985, fichó por el Logroñés y, muy pronto, se convirtió en un ídolo. Aún resuenan en sus oídos las palabras de Hicks, el delantero uruguayo del Oviedo, cuando se retiraba al vestuario: “¡Qué hijo puta el calvo! ¡Cómo juega!”
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