El 20 de noviembre de 1975, falleció el general Francisco Franco y, tres días después, el CD Logroñés recibía en Las Gaunas al Torrejón (0-0). “Fue un partido más para nosotros”, me cuenta Iriarte desde Azkoitia (Guipúzcoa). La Federación Española había transmitido al club la orden correspondiente para rendir homenaje al jefe del Estado antes del encuentro. “Tuvimos que llevar brazalete negro, sí o sí”, recuerda Arriola.
Solía sentarme en el viejo Las Gaunas, junto a mi padre y mi hermano Félix, en la tribuna de Preferencia, a escasos metros del banquillo local. Ahí era habitual la presencia de Manolo González, el masajista, con su botiquín, su botella de agua milagrosa y una toalla al hombro. Tenía cara de buena persona y una gran agilidad; solo había que verle saltar al campo a toda velocidad cuando el momento lo requería.
El 25 de noviembre de 1979, tuve la sensación de estar viviendo un hecho insólito. Corrían los últimos minutos del partido CD Logroñés-Atlético Madrileño (1-2), correspondiente a la 13ª jornada de Liga, cuando Ardao chocó con Valderrama de manera fortuita. “Pensé que se había roto la pierna él y resulta que fui yo”, me cuenta. “Manolo, el masajista, se dio cuenta enseguida de la gravedad de mi lesión”.